lunes, 15 de diciembre de 2008

En los fondos sumergidos del alma



Terminé diciendo la semana pasada que de las exhibiciones de Charcot (quien efectivamente actuaba como un gran actor en el escenario del Hospital de la Salpretiêre), Freud realizó un doble descubrimiento.

Primer DESCUBRIMIENTO: Charcot demostró que sometiendo a la influencia hipnótica a personas normales les hacía exhibir los mismos síntomas somáticos de sus pacientes histéricos (temblores, parálisis, sensaciones corporales de picor, calor o frío etc.), al introducirle la idea de estos síntomas, o la orden de experimentarlos, por medio de las técnicas de hipnotismo. Con lo que Freud llegó a la convicción, ya prenunciada por el caso de Ana O., de que efectivamente
existen síntomas físicos que no se deben a lesiones orgánicas o a otras causas físico-orgánicas, sino a actividades de la mente.

Como nota al margen sobre la aplicación de las técnicas de Charcot a las neurosis histéricas, tengo que añadir que, hasta entonces, la histeria había sido considerada como una enfermedad exclusivamente de mujeres. De ahí su nombre que deriva etimológicamente del griego “hysteros”, útero. Históricamente fue interpretada como posesión diabólica, o como patología simulada, o incluso como enfermedad orgánica, debida a que el útero se desviaba hacia los riñones, para lo que no encontraban más solución que la ablación del clítoris (¡¡¡!!!).

Cuando de regreso en Viena, Freud tuvo una conferencia en el Colegio de Médicos exponiendo sus experiencias con Charcot, advirtió una acogida fría, incluso hostil. Al aludir a la patología histérica como común a mujeres y a hombres, tal como les había demostrado Charcot, su profesor el Dr. Meynert, en cuyo departamento de neurofisiología había trabajado y al que había admirado por su aspiración a hacer una psicología científica, le increpó desde su asiento, calificando sus teorías de charlatanería y preguntó irónicamente si es que ya los hombres tenían útero para enfermar de histeria... Desde ese momento Freud perdió el aprecio y el respeto por su antiguo profesor, y quizás no volvió a recuperarlos hasta el día en que Meynert, en su lecho de muerte, en 1882, pidió que Freud le visitara y, como si tuviera un peso de conciencia del que necesitaba descargarse, le confesó: “Sepa usted, señor Freud, que yo fui siempre uno de los más patentes casos de histeria masculina”.

2º DESCUBRIMIENTO de Freud, el del Inconsciente, como dimensión profunda del psiquismo, que en algún momento denominó como “los continentes sumergidos de la mente”.

Charcot realizaba ante los ojos atónitos de sus alumnos experiencias de esta índole: Presentaba, por ejemplo, a una persona que sufría parálisis histérica de un brazo. Se comprobaba que le era imposible moverlo. Lo sometía delante de todos los espectadores a sueño hipnótico, le daba la orden de que moviera el brazo y el paciente lo movía sin dificultad. Después, vuelto al estado de vigilia normal, no recordaba nada y volvía a serle imposible mover el brazo paralítico.

Experiencias de esta clase se completaron después con otras realizadas en Nancy, adónde Freud viajó en 1889 con el fin de seguir profundizando en las técnicas de hipnotismo y completar sus conocimientos con la metodología seguida por el entonces también famoso Dr. Hipólito Berhein. Éste le sugería (por poner otro ejemplo) a un hombre sometido a sueño hipnótico: “Tal día por la tarde, irá usted al teatro y en medio de la función abrirá el paraguas”. El día señalado, ese hombre manifestaba su intención de acudir al teatro, cogía el paraguas, aunque no estuviera lloviendo, y en medio de la función abría el paraguas, ocasionando un alboroto entre los espectadores. Al preguntarle por qué lo había hecho, no sabía justificar una respuesta.

La conclusión de Freud, tras de muchas reflexiones derivadas de estas experiencias, es que
existe un sector del espíritu humano (o de la psique, o de la mente), al que no tiene acceso la consciencia, donde se guardan las razones ocultas de nuestro comportamiento y los motivos ignorados de nuestras acciones y reacciones.

Solamente allí se podría descubrir el motivo por el que aquella persona se castigaba a no mover el brazo, y la orden de ir al teatro a la que el otro individuo no sabía resistirse.


El territorio mental llamado Inconsciente

Y es a eso a lo que denominó como EL INCONSCIENTE:

Un sector del psiquismo o de la mente (o realidad psíquica, o función psíquica) constituido por un conjunto de representaciones mentales reprimidas, fuera del campo de la consciencia, que tienen una gran influencia en nuestro comportamiento, como determinante esencial de nuestra vida psíquica.

Freud lo metaforizó con la imagen clásica de Iceberg, con una pequeña parte visible sobre la superficie y con dimensiones insospechadas bajo las aguas. Otros lo han comparado con las alforjas del caminante, con uno de sus bolsones por delante, a la vista de los ojos, y otra invisible a las espaldas.


Bueno, aquí termino nuestras micro-lecciones psicoanalíticas del primer trimestre. Nos veremos (o nos encontraremos) después de Reyes… Os echaré de menos. Y, como me dice nuestro amigo David, os deseo lo mejor para estas fiestas de Navidad, y que el año que entra sea rico para todos en experiencias y vivencias plenas…

martes, 9 de diciembre de 2008

EL HIPNOTIZADOR



Mi entrada del pasado martes se cerró con una pregunta en el aire: ¿Qué sucedió finalmente entre el bondadoso Dr. Breuer y su paciente Ana O, entre los que se había establecido una tan evidente relación transferencial?

Pues sucedió que la esposa de Breuer se estaba sintiendo inquieta y recelosa del interés de su marido y de sus desvelos por la joven Berta, y que Breuer para compensarla la llevó a hacer un viaje solos, del que nació una hija, la cual, cuentan los biógrafos, terminó suicidándose, muchos años después, cuando los agentes de la Gestapo llegaron a su casa para apresarla por ser judía...
Ana O (es decir, Berta), por su parte, siguió progresando en su recuperación hasta llegar a convertirse en pionera del trabajo social, y en líder de causas feministas y de organizaciones de mujeres judías.

Un médico hipnotizador

Ahora vamos a continuar deshilando el “hilo de Ariadna”, tal como que fue conduciendo al joven Dr. Freud por los laberintos de la psique, hasta llegar a la gruta profunda del Inconsciente.

El tercero de los acontecimientos fundacionales del Psicoanálisis, la tercera “pista” en el largo camino, o el tercer referente desde el que se condiciona su origen, se relaciona con el famoso Dr. Jean Martín Charcot y con la técnica de hipnosis, empleada por él en el Hospital de la Salpêtrière .
En 1885, a sus 29 años, realiza Freud uno de sus sueños, que era ir a París a estudiar las técnicas de uno de los médicos más famosos de por aquellos tiempos: el Dr. Charcot. “París es una ciudad mágica”, hasta el mismo nombre de la ciudad tenía para él un contenido de magia, le escribía a Marta, su novia, a quien, nada más pisar aquellas tierras, le había confesado: “Durante muchos años había sido París la meta de mis ansias, y el embeleso con que por primera vez pisé el pavimento fue para mí la garantía de que también habría de lograr la realización de otros deseos”. Y a su amigo Koller: “París significa el principio de una nueva existencia para mi”.
Estos sentimientos de ilusión, encanto y entusiasmo alternaron, al paso de los días y de los meses, con otros de abatimiento y congoja. La ambivalencia de los estados emocionales fue una experiencia endovivenciada por Freud durante su estancia y sus soledades en París. En una de sus diarias cartas a Marta, confiesa: “Me siento aquí como si me hubieran abandonado en una isla desierta en medio del océano, ansiando que llegue la hora en que venga el barco que restablecerá mi unión con el mundo”...Y continúa la carta con un brindis de amor: “Tu eres todo el mundo para mí”.
En este estado de soledad y abandono, parece ser que configuró una percepción catatónica que le hacía ver a los habitantes de la ciudad como “gente arrogante e inaccesible” que le “producen desazón”, como si estuvieran “poseídos por mil demonios”. Incluso su percepción de las mujeres estaba condicionada por el color negro de su cristal: “La fealdad de las mujeres de París difícilmente puede ser exagerada: ni una cara bonita”. Quizás intentaba deslizar, entre líneas, un mensaje subliminal para tranquilizar a su novia...
Sin embargo, desde estos estados emocionales, moviliza un dinamismo reactivo que es, como siempre a lo largo de su vida, de recuperación del equilibrio y de superación. Le escribe a Marta cuando está a punto de finalizar su estancia en París, con ese estilo peculiar que tanto fascinó a Einstein: “No puedo dejar de pensar que soy un irracional al dejar París cuando la primavera se avecina y Notre Dâme exhibe su belleza bajo la luz del sol”.

Quiero señalar la importancia de la hipnosis, que como técnica empleada terapéuticamente, ejerció en el descubrimiento que hizo Freud del Inconsciente, y en el establecimiento posterior y paulatino de todo su sistema psicológico y terapéutico.

Freud, como ya he dicho, había acudido a París a estudiar las técnicas terapéuticas del Dr. Charcot que se había especializado en el tratamiento de las neurosis, sobretodo de la histeria, por medio del hipnotismo. Llevaba la pretensión de presentarle al Maestro el caso de Ana O., que lo tenía fascinado, pero éste le prestó poca atención, mucho más interesado por sus propios experimentos y por las extraordinarias reacciones de sus pacientes.
Sin embargo, la personalidad de Charcot lo deslumbró de tal manera que incluso a su hijo mayor le puso por nombre Jean Martín (el nombre de Charcot). Como maestro era realmente épatant, deslumbrante: cada una de sus clases “era una pequeña obra de arte por su plan y por su realización”... En otros escritos habla de la “magia que irradiaba de su aspecto y de su voz, la gracia y naturalidad de sus modales”... lo describe como “agradable, bondadoso, ingenioso, aunque dominante por su innata superioridad”, señala su “tremenda capacidad para insuflar aliento, casi excitación” y llega a la conclusión de que “jamás un ser humano ha ejercido sobre mí una influencia semejante”. La ascendencia que llegaba a crear sobre los pacientes a los que hipnotizaba, y la “dependencia magnética” de parte de ellos, fue uno de los elementos con los que Freud fue elaborando posteriormente su concepto, fundamental en Psicoanálisis, de Transferencia. El biógrafo de Freud Peter Gay hace la curiosa observación de que Freud “siempre tan orgullosamente resuelto a tener una mente independiente”, se mostrara tan dispuesto y tan ansioso “porque lo fecundara ese brillante científico y no menos brillante actor dramático”.

Asistiendo a las exhibiciones de Charcot, que efectivamente actuaba como un gran actor en el escenario del Hospital de la Salpretiêre, Freud realizó un doble descubrimiento...
Pero ese será el tema de mi próxima entrada. Hasta entonces, amigos. Sedme fieles.

martes, 2 de diciembre de 2008

HISTORIA DE UNA “HISTERIA”

Hola, amigos: Os sigo contando esta interesante historia de Anna O, que es, como “decíamos ayer”, el caso fundacional del Psicoanálisis. Es la historia de un caso de patología “histérica”, que le dio al joven Dr. Freud las primeras pistas en esa búsqueda incesante de caminos... por los que nosotros mismos ahora caminamos. La historia sigue así:
Hasta dos meses antes de la muerte de su padre, su hija Berta (es decir, Anna O) lo había estado atendiendo y cuidando incansablemente en detrimento de su propia salud. En esos últimos meses, se le fueron desarrollando sucesivamente una serie de síntomas –hoy lo diagnosticaríamos como stress- que cada vez la debilitaban más y le impedían entregarse a los cuidados de su padre con la misma solicitud: falta de apetito, una fuerte tos nerviosa, al poco tiempo un estrabismo convergente, después dolores de cabeza, perturbaciones de la visión, parálisis parciales, pérdida de sensaciones..., que fueron derivando en una desorganización generalizada del equilibrio psicosomático, con desajuste emocional y somatizaciones polivalentes, que la dejaban postrada en intervalos, frente a los que reaccionaba con una excitación desmedida, volviendo a caer alternativamente en el agotamiento y en la proliferación de nuevos síntomas cada vez más extravagantes: lagunas mentales, alucinaciones con serpientes negras, huesos y esqueletos, regresiones en la coordinación del lenguaje, llegando a no poder hablar en su propia lengua y alternar palabras en inglés, en francés o en italiano (como por una imperiosa necesidad de desplazarse fuera de su procedencia). Cuando en el mes de abril falleció su padre, tuvo una primera reacción de excitación horrorizada, que fue extinguiéndose hasta llegar a un estado semicataléptico de estupor. Hoy se le diagnosticaría como Trastorno de la personalidad por estrés postraumático, con manifestaciones de Histeria.

En este estado, el Dr. Breuer comenzó a visitarla cada noche y, desde una especie de hipnosis autoprovocada, ella empezaba a hablar, en tono regresivo infantilizado; contaba cuentos, a veces triste, a veces encantadora..., hasta que se iba sintiendo temporalmente aliviada de sus síntomas. Ella mismo denominó estos alivios como “Talking cure” (curación por la charla) y también, con cierto humor, “Chimeney sweeping” (limpieza de la chimenea). Este procedimiento que despertó en ella recuerdos y le suscitó emociones que desde su personalidad normal nunca le había sido posible recordar o expresar, fue llamado por Breuer “Método catártico” y actualmente se conoce y se utiliza como “Psicocatársis”.

Un momento especialmente clarificador en esta talking cure que ejercía el Dr. Breuer sobre Anna O., sobrevino cuando ésta sufrió un trastorno similar a la hidrofobia, se moría de sed y no podía beber. No se lo sabía explicar, pero una tarde, sometida por Breuer a un estado de relajación hipnótica o semihipnótica, expresó que había visto a su dama de compañía, una inglesa por la que sentía gran aversión, darle de beber agua a su perrito en su propio vaso. Una vez que desenterró este sentimiento reprimido de asco e irritación, la hidrofobia desapareció. Desde entonces Breuer adoptó este método de hipnotizar a Ana, y observaba que, desde este estado, ella iba siguiendo la pista de cada uno de sus síntomas (anestesias sensoriales, visión distorsionada, alucinaciones, contracciones paralíticas, dificultad para hablar en su propia lengua...) hasta llegar a su etiología, a la causa que lo había provocado. Y en este ejercicio de limpiar la chimenea de su mente, siempre llegaban a un punto común, que Freud resumió más tarde en esta fórmula, famosa en Psicoanálisis: “Los enfermos neuróticos sufren de reminiscencias”. Porque al analizar los síntomas, siempre se encontraba, en cada uno de ellos, residuos, a veces simbólicos, de sentimientos o de impulsos que ella se había visto obligada a reprimir.


Voy a añadir una nota a este caso fundamental, fundacional, sobre el que, como ya he dicho, Freud construyó, piedra a piedra, golpe a golpe, todo el edificio del Psicoanálisis:
En junio de 1882, Breuer escribió en sus anotaciones, como conclusión del caso, que todos los síntomas de Anna habían desaparecido. No fue exactamente así. Lo que ocurrió, acto seguido, fue también una experiencia de alto valor para la estructuración de los mecanismos de la cura psicoanalítica. Lo que ocurrió después lo relató el mismo Freud, en carta al escritor Stefan Zweig, fechada en 1932: “La noche de ese día en que todos sus síntomas quedaron bajo control, llamaron a Breuer para que fuera a verla una vez más: la encontró en estado confusional, retorciéndose de dolores abdominales. Cuando se le preguntó qué le pasaba, respondió: ‘ahora va a nacer el niño del doctor B.’. Ante esta constatación de un embarazo histérico, Breuer huyó horrorizado....". Pero ya estaban puestos para Freud las semillas y las claves de lo que después fue elaborándose como conceptos definidos, fundamentales para la comprensión de la relación psicoanalítica y de la cura: Los conceptos de
transferencia y contratransferencia.

Al parecer Anna O., es decir, Berta, desplazó hacia su doctor y benefactor los sentimientos edípicos que había tenido hacia su propio padre, se los transfirió, y a su vez el Doctor, en contratransferencia, se había dejado sutilmente, e inconscientemente, seducir por el encanto de aquella joven, que se llamaba casualmente como su propia madre, Berta, y que, de algún modo cubría el vacío afectivo, los anhelos edípicos adormecidos, que su madre le había dejado al morir, cuando él tenía solamente cuatro años.

¿Qué sucedió después? La próxima semana os lo cuento…