viernes, 29 de mayo de 2009


¿CÓMO FUNCIONA MI YO? ¿Adónde se dirige?

Enmedio de estos tumultuosos calores preveraniegos, voy a hacer una reflexión sobre las funciones que realiza el YO, en cuanto que es una instancia dinámica del psiquismo, y está re-presentado por una personalidad actuante en la existencia, desde unos procesos psíquicos fundamentales que integran las tres funciones de autorregulación, adaptación y diferenciación.

Empezaré diciendo que, por su naturaleza dinámica, el YO se dirige a un objetivo existencial, primario, programado en su genoma original. No es otro que la autoconservación y la autoafirmación en la existencia, como dos caras del mismo objetivo vital. Para alcanzar este objetivo realiza una serie de funciones específicas, que yo concretizo en las tres ya mencionadas: La autorregulación, la adaptación y la diferenciación.

Ya dije que el ELLO es la instancia impulsora del funcionamiento de este aparato, el SUPER-YO la instancia represora o frenadora, y el YO la reguladora.
Para efectuar esta función reguladora, o autorreguladora, tiene que tener en cuenta,
a-por una parte, las exigencias, reclamos o necesidades del ELLO.
b-Por otra parte, las presiones, coacciones, amenazas del SUPER-YO.
c-Y en tercer lugar, tiene que actuar permanentemente frente a una realidad, con sus datos o estímulos positivos y negativos, en función de los cuales, y a la vista de sus objetivos existenciales, los primarios ya descritos, y los secundarios que derivan de su ideal de realización de cada persona, el YO organiza sus recursos y posibilidades, teniendo en cuenta al mismo tiempo sus limitaciones y sus carencias. Menninger afirma que toda la filosofía del Psicoanálisis se basa en el inteligente control de la conducta y no en una indulgencia arbitraria, licenciosa y agresiva.

¿Soy feliz?

Haré una breve referencia a la felicidad, a propósito de esta función autorreguladora del YO. Y diré que todos aprendemos, tarde o temprano, a conducir el automóvil, que derrochamos paciencia y perseverancia hasta conseguirlo, y que merece la pena que derrochemos paciencia, ilusión y perseverancia en aprender a autoconducirnos en camino hacia nuestros objetivos.

Añadiré que esto es la felicidad. Saber que dirigimos nuestra vida hacia nuestras propias metas y que avanzamos paulatinamente, con ilusión, paciencia, perseverancia y alegría, en ese camino.
Rabindranath Tagore escribió: “Mi corazón está triste porque no sabe a dónde lo están llamando”. Cuando sabemos a dónde nos llama nuestro corazón, y avancemos en ese camino, experimentaremos eso que se llama Felicidad.
Le escuché al cantante Carlos Cano, en una entrevista televisiva a raíz de una operación que le practicaron en Nueva York, que él se había preguntado muchas veces, como todo el mundo, qué es la felicidad, y que ahora, después de haber estado al borde de la muerte, ya lo sabía: La felicidad es vivir. Yo diría que sí, que es conectar con la vida que bulle dentro de nosotros mismos y que se expande, con el dinamismo de la alegría, hacia su plenitud.

Muchas personas orientan sus esfuerzos a liberarse de lo que no quieren ser, cuando lo importante es invertir las fuerzas en conseguir ser lo que se quiere ser.
Una persona normal, integrada y madura es la que orienta sus tendencias, regulándolas en la dirección de los objetivos personales de su YO y del propio sistema jerarquizado de valores.
Siempre suelo hacer referencia al mítico auriga de El Carro Alado de Platón. El auriga, que representa al YO en cuanto razón y voluntad, dirige a su caballo blanco (las emociones) y a su caballo negro (los instintos), hacía sus propios objetivos existenciales. Es una esclarecida imagen filosófica de lo que constituye al ser humano como autónomo, integrado y libre. La inteligencia como función del YO reguladora de las emociones y de los instintos, prolongada en voluntad en cuanto acción persistente encaminada hacia los objetivos intelectualmente decididos, es lo que hoy se entiende, con Goleman, por inteligencia emocional, que define a la persona integralmente inteligente, y representa al prototipo de la libertad y a ese hombre autorrealizado que delineó Abraham MASLOW.

La inteligencia emocional es, en definitiva, la que organiza nuestras emociones y la orientación de nuestra vida hacia el objetivo final, la Felicidad.

Insistiré en no confundir la voluntad con el deseo, lo que me gusta con lo que quiero.
La voluntad no es el deseo, sino la capacidad de dirigir el impulso del deseo y del gusto hacia los propios objetivos vitales de la persona.

jueves, 14 de mayo de 2009

REPRESIÓN Y ANGUSTIA. LA IMAGEN DEL YO



Seguimos nuestra reflexión sobre el YO, pieza fundamental del Aparato Psíquico y núcleo consciente de nuestra personalidad, aludiendo al fenómeno de la REPRESIÓN y al de la ANGUSTIA, sobre los que insisteré más adelante con mayor amplitud:
Al mecanismo que desplaza el recuerdo de la Consciencia Freud le llama Represión Los recuerdos desplazados de la Consciencia por la represión ejercen, a veces, un clamor constante, una insistencia desesperada, bloquean la realización de nuestras intenciones con actos fallidos, emergentes con frecuencia en sueños y pesadillas, tanto que pueden perturbar o descompensar el equilibrio del YO. (Pero esto voy a tratarlo enseguida, al hablar de la segunda instancia del aparato psíquico, el ELLO).

La buena y la mala angustia

A propósito de los sueños de angustia, o de la angustia que con frecuencia asedia al YO personal, quiero citar un pensamiento de Freud, de su obra de 1926, Inhibición, síntoma y angustia. Dice allí que la angustia es necesaria para la supervivencia del YO. Que sin la angustia el YO se sentiría indefenso frente a las amenazas externas o internas. La angustia, que fisiológicamente es una operación hormonal (supone la producción de adrenalina por las glándulas suprarrenales, y la absorción de esta adrenalina por la función beta, para fortalecer el corazón, acrecentar el nivel de vigilancia y preparar la acción ante la percepción sensorial de un peligro) es imprescindible para la supervivencia del organismo humano.
Sin ella, afirma Freud, “los seres humanos serían menos que humanos”. La angustia anticipa vivencialmente un peligro, un riesgo, frente al que el YO no tiene todos los recursos de control. Le sirve para prever la medida del riesgo y decidir qué debe enfrentar, qué hay que evitar, hasta qué punto debe temer.
Freud asegura que la educación, y también la psicoterapia, nos tiene que enseñar a saber dosificar el miedo y actualizar nuestros recursos ante el riesgo (incluida la decisión de tomar algún fármaco “betabloqueante”).
Este riesgo para el hombre primitivo pudo ser el asalto rugiente de un león o la presencia sibilina de una serpiente, mientras iba de caza por la selva. Para el ser humano de hoy puede ser una entrevista de trabajo, un debate político, pasar un examen médico o viajar en avión.

Funcionalmente, la angustia, y la ansiedad, son una reacción endógena del organismo, como respuesta, en carga energética, a los estímulos externos. La mente humana opera como una fábrica de transformación de esas energías al servicio del YO. Esas transformaciones son positivas, cuando se aplican en realizaciones útiles y adaptativas: creatividad, trabajo, autosuperación, amor

Cuando esas energías no encuentran vías de escape positivas y adaptativas, se originan síntomas desestabilizadores del equilibrio del YO, como pueden ser: descontrol de impulsos, somatizaciones histéricas, anorexia, reacciones fugitivas…, incluso el trastorno de ansiedad paralizante o el panic attac, cuando el YO no encuentra, o no organiza, vías de escape al caudal de energía intrapíquica acumulada.

Para Otto Rank, uno de los primeros seguidores de Sigmund Freud, toda reacción orgánica de angustia o ansiedad se produce por la pérdida de las seguridades existenciales. Esta reacción se manifiesta primariamente en lo que él llama el Trauma del Nacimiento, simbolizado por ese primer grito de angustia que todo ser humano emite al ser separado de la seguridad existencial que le supone el vientre materno. El enfrentamiento posterior, real o imaginario, de pérdida de seguridades vitales excitará la “alarma” intrapsíquica y encenderá en la mente del YO el piloto rojo de la angustia.


La imagen de mi YO

Terminaré estas primeras elucubraciones sobre el YO, la instancia más aparente del Aparato psíquico, citando la teoría de que la imagen del propio Yo, la consciencia de uno mismo, se va construyendo evolutivamente, a través de los años, a partir de experiencias personales e interpersonales.

-Esa consciencia integra, primero, las informaciones de sí mismo almacenada en el genoma original. Es lo que se puede llamar el Self.

-Con esta imagen se amasa la del Ideal del Yo. Eso que deseamos ser y que opera en nuestro comportamiento dirigiéndolo o corrigiéndolo. Es la imagen con la que nos comparamos, a partir de
*modelos referenciales,
*de valores social y culturalmente aceptados,
*de gustos personales y
*de exigencias y expectativas familiares.

-Además del Self y del Yo Ideal, existe el Yo del grupo, que funda nuestra Pertenencia: el factor de propia identidad que nos proporciona pertenecer a una raza, a una familia, a una religión, a una profesión...

-Hay que añadir el Yo del Rol, el papel que nos corresponde representar , con pautas de conductas muy determinadas, en nuestra función de padre o de hijo, o de esposo o esposa, de hombre o mujer, de director o subordinado, de médico o de taxista, etc.

-Y por último está la imagen de Yo que resulta de lo que se llama llama el Yo del espejo. Es la imagen que se refleja, como en un espejo, en lo que los demás ven en nosotros, en sus actitudes, sus reacciones, sus expectativas, sus comportamientos, de aceptación o rechazo. Sin olvidar que es la madre el primer espejo de conformación de la imagen del Yo.

Todas son experiencias auto-referenciales, con las que se va edificando y configurando evolutivamente la consciencia del propio YO, pieza fundamental del funcionamiento del Aparato psíquico descrito por Freud.

domingo, 3 de mayo de 2009

SOBRE EL "YO", SUS DESEOS Y SUS RECUERDOS

En mi lección anterior deje pendiente una 4ª consideración sobre esa instancia central del llamado por Freud aparato psíquico, constitutiva esencial de nuestra personalidad y de nuestra autoconciencia, que es el YO:

4ª consideración: El YO se construye en el presente. Había una sentencia, no sé de quien, que decía: construye cada día el edificio de tu YO con los mejores ladrillos de ti mismo, desechando los deteriorados o malformados. A ver si me explico: una trampa de nuestro idioma (quizás también una de sus riquezas) es hacer distinción entre los verbos ser y estar. Otros idiomas, el inglés, el francés, no los distinguen, utilizan el mismo verbo, être, to be. Quizás privan a la percepción de interesantes matices, pero la realidad es que se trata de la misma cosa: el que es, está; y el que está, es.
Cuando el YO no se instala mentalmente en el presente, sino que se traslada al pasado, que ya por definición no existe, o al futuro que todavía no es, el resultado es que no está, que no consiste, que vive como colgado del asa de una estrella, sin base real ni consistencia.

De esta sencilla consideración voy a sacar varias consecuencias:


1. Vivir el presente

Una es que el YO adquiere su consistencia en el presente, en el aquí, en el ahora mismo. Por supuesto que enriquecido con la experiencia del pasado, aunque desprendiéndose de lo peor que ese pasado pudo dejarle adherido. Lograr esta liberación de las adherencias perniciosas o negativas del pasado es una de las funciones más eficaces de la Psicoterapia, en cuanto que es, según Freud, como una “segunda educación”.

2. Proyectar el futuro

La segunda consecuencia se refiere al futuro. Saber mirar al futuro como una prolongación del presente. El edificio quedará construido mañana si lo empiezo a construir hoy, y si lo sigo construyendo cada hoy sucesivo. Si consisto no tengo que tener miedo al futuro: soplarán vientos, caerán aguaceros, pero el edificio permanecerá bien cimentado y construido. La vida individual marcha fuertemente impulsada y proyectada hacia un objetivo de crecimiento, autovalimiento y realización. El proyecto de futuro es importante, como el plano del edificio o la maqueta, en cuanto que alienta, estimula y le da sentido a las actuaciones constructivas de cada presente. Yo sugiero la matización lingüística de, al proyectar una acción o realización futura, no decir “voy a intentar...”, o “debería...”, que aplaza mi decisión a un incierto futuro, sino decir: “estoy dispuesto a...”, “quiero...” que me afirma en el presente y, desde aquí, pone en marcha el impulso de mi decisión. He leído que la lengua de los indios Hopi no tienen palabras para referirse al tiempo. Los verbos de esta lengua carecen de pasado y de futuro, todo es un presente lineal...

3. Estar despierto

La tercera consecuencia es que vivir en el presente es estar despierto, que es el centro de la doctrina milenaria de Buda. El pasado y el futuro son un sueño. Y lo que nos unce al presente, lo que nos reconcilia con él, lo que lo convierte en el kairós de la mentalidad griega clásica, es el goce, el poder disfrutarlo. Lo que nos produce fruición nos despierta a la realidad, presente en el presente. Este es el sentido del “carpe diem” de Catulo, que rememoró la película El club de los poetas muertos.

Pienso que la vida, así expresada como totalidad, no existe, es una abstracción. Lo que existe es cada momento vital. Suelo pensar que cada día nacemos, re-nacemos, y que, al perder por el sueño la consciencia de uno mismo y de la realidad, cada día morimos. Cada noche el YO se disuelve y cada mañana lo re-inventamos (el verbo latino invenio significa "encontrar"), nos lo encontramos de nuevo, sin más guión que el de una cierta continuidad de costumbres y compromisos, por los que el YO se recupera en su autoconsciencia referencial. Y me digo que la vida no es un problema a resolver, que es una realidad a experimentar en cada memento. Y que no tiene otro sentido sino el que yo en ese momento le de, por supuesto mirando a su prolongación en el futuro y con el recuerdo de su itinerario hasta este momento presente.

Y suelo comentar que nuestro YO renace cada día con un nuevo cargamento de amor y de goce (que vienen a ser lo mismo) para gastarlo ese día.. Y me conforta recordar el dicho del sabio: “El amor pasajero es de quienes sólo aman lo extra-ordinario. El amor duradero es el de los que aman lo ordinario, porque amándolo lo hacemos extraordinario”.

El amor exclusivizado a lo extra-ordinario adecua el deseo del YO con su fantasía, y lo hace incompatible con la realidad actual. Y es que la realidad supone una toma de consciencia del límite de las posibilidades, que adecua el amor a lo ordinario, conforme a la sentencia del sabio: “el Yo feliz no es el de quien tiene lo que quiere, sino el de quien quiere lo que tiene”.

En el budismo se dice que el deseo del nirvana impide el nirvana. Porque el deseo desarraiga al YO de la realidad presente y lo coloca mentalmente en el momento de su consecución. La esperanza, sin embargo, instala al YO en el presente: lo que hagas hoy tendrá sentido mañana, lo que hoy siembres, se recogerá mañana, porque según la ley del efecto mariposa "el aleteo de una mariposa, hoy, podrá provocar, mañana, un huracán en algún lugar".


¿Por qué recordamos?

Sólo quiero añadir algo sobre el recuerdo. Recordar es hacer presente al cor (en latín), al corazón. Algo así como una revibración del corazón. Para Adler, los recuerdos tienen una función de amonestación al YO, o de estímulo en su presente, en su aquí y ahora. Y lo que el YO olvida es lo que sale fuera de esa función selectivamente orientada a la única finalidad del dinamismo individual de cada YO. Que, en la teoría de Adler, es su autovalimiento y autopotenciación.

Alguna vez escribí que en la alacena del olvido es donde se conservan los mejores recuerdos. En el olvido, los contenidos del recuerdo, fuera del campo de la consciencia, quedan diluido en sentimientos, que determinan actitudes y puntos de vista orientados hacia el mismo objetivo final de autovalimiento y realización.

El concepto de Freud en este punto no es totalmente coincidente con el de Adler. Según Freud, olvidamos lo que entra en colisión con la imagen de nuestro YO. Es un mecanismo de defensa para salvaguardar la armonía de la consciencia frente a la emergencia de necesidades inconscientes que incompatibilizan con la imagen del YO o con sus objetivos existenciales. Es lo que desarrolla en su famoso libro Psicopatología de la vida cotidiana.