martes, 2 de diciembre de 2008

HISTORIA DE UNA “HISTERIA”

Hola, amigos: Os sigo contando esta interesante historia de Anna O, que es, como “decíamos ayer”, el caso fundacional del Psicoanálisis. Es la historia de un caso de patología “histérica”, que le dio al joven Dr. Freud las primeras pistas en esa búsqueda incesante de caminos... por los que nosotros mismos ahora caminamos. La historia sigue así:
Hasta dos meses antes de la muerte de su padre, su hija Berta (es decir, Anna O) lo había estado atendiendo y cuidando incansablemente en detrimento de su propia salud. En esos últimos meses, se le fueron desarrollando sucesivamente una serie de síntomas –hoy lo diagnosticaríamos como stress- que cada vez la debilitaban más y le impedían entregarse a los cuidados de su padre con la misma solicitud: falta de apetito, una fuerte tos nerviosa, al poco tiempo un estrabismo convergente, después dolores de cabeza, perturbaciones de la visión, parálisis parciales, pérdida de sensaciones..., que fueron derivando en una desorganización generalizada del equilibrio psicosomático, con desajuste emocional y somatizaciones polivalentes, que la dejaban postrada en intervalos, frente a los que reaccionaba con una excitación desmedida, volviendo a caer alternativamente en el agotamiento y en la proliferación de nuevos síntomas cada vez más extravagantes: lagunas mentales, alucinaciones con serpientes negras, huesos y esqueletos, regresiones en la coordinación del lenguaje, llegando a no poder hablar en su propia lengua y alternar palabras en inglés, en francés o en italiano (como por una imperiosa necesidad de desplazarse fuera de su procedencia). Cuando en el mes de abril falleció su padre, tuvo una primera reacción de excitación horrorizada, que fue extinguiéndose hasta llegar a un estado semicataléptico de estupor. Hoy se le diagnosticaría como Trastorno de la personalidad por estrés postraumático, con manifestaciones de Histeria.

En este estado, el Dr. Breuer comenzó a visitarla cada noche y, desde una especie de hipnosis autoprovocada, ella empezaba a hablar, en tono regresivo infantilizado; contaba cuentos, a veces triste, a veces encantadora..., hasta que se iba sintiendo temporalmente aliviada de sus síntomas. Ella mismo denominó estos alivios como “Talking cure” (curación por la charla) y también, con cierto humor, “Chimeney sweeping” (limpieza de la chimenea). Este procedimiento que despertó en ella recuerdos y le suscitó emociones que desde su personalidad normal nunca le había sido posible recordar o expresar, fue llamado por Breuer “Método catártico” y actualmente se conoce y se utiliza como “Psicocatársis”.

Un momento especialmente clarificador en esta talking cure que ejercía el Dr. Breuer sobre Anna O., sobrevino cuando ésta sufrió un trastorno similar a la hidrofobia, se moría de sed y no podía beber. No se lo sabía explicar, pero una tarde, sometida por Breuer a un estado de relajación hipnótica o semihipnótica, expresó que había visto a su dama de compañía, una inglesa por la que sentía gran aversión, darle de beber agua a su perrito en su propio vaso. Una vez que desenterró este sentimiento reprimido de asco e irritación, la hidrofobia desapareció. Desde entonces Breuer adoptó este método de hipnotizar a Ana, y observaba que, desde este estado, ella iba siguiendo la pista de cada uno de sus síntomas (anestesias sensoriales, visión distorsionada, alucinaciones, contracciones paralíticas, dificultad para hablar en su propia lengua...) hasta llegar a su etiología, a la causa que lo había provocado. Y en este ejercicio de limpiar la chimenea de su mente, siempre llegaban a un punto común, que Freud resumió más tarde en esta fórmula, famosa en Psicoanálisis: “Los enfermos neuróticos sufren de reminiscencias”. Porque al analizar los síntomas, siempre se encontraba, en cada uno de ellos, residuos, a veces simbólicos, de sentimientos o de impulsos que ella se había visto obligada a reprimir.


Voy a añadir una nota a este caso fundamental, fundacional, sobre el que, como ya he dicho, Freud construyó, piedra a piedra, golpe a golpe, todo el edificio del Psicoanálisis:
En junio de 1882, Breuer escribió en sus anotaciones, como conclusión del caso, que todos los síntomas de Anna habían desaparecido. No fue exactamente así. Lo que ocurrió, acto seguido, fue también una experiencia de alto valor para la estructuración de los mecanismos de la cura psicoanalítica. Lo que ocurrió después lo relató el mismo Freud, en carta al escritor Stefan Zweig, fechada en 1932: “La noche de ese día en que todos sus síntomas quedaron bajo control, llamaron a Breuer para que fuera a verla una vez más: la encontró en estado confusional, retorciéndose de dolores abdominales. Cuando se le preguntó qué le pasaba, respondió: ‘ahora va a nacer el niño del doctor B.’. Ante esta constatación de un embarazo histérico, Breuer huyó horrorizado....". Pero ya estaban puestos para Freud las semillas y las claves de lo que después fue elaborándose como conceptos definidos, fundamentales para la comprensión de la relación psicoanalítica y de la cura: Los conceptos de
transferencia y contratransferencia.

Al parecer Anna O., es decir, Berta, desplazó hacia su doctor y benefactor los sentimientos edípicos que había tenido hacia su propio padre, se los transfirió, y a su vez el Doctor, en contratransferencia, se había dejado sutilmente, e inconscientemente, seducir por el encanto de aquella joven, que se llamaba casualmente como su propia madre, Berta, y que, de algún modo cubría el vacío afectivo, los anhelos edípicos adormecidos, que su madre le había dejado al morir, cuando él tenía solamente cuatro años.

¿Qué sucedió después? La próxima semana os lo cuento…

3 comentarios:

  1. Como muy bien señala Violeta, las personas que Freud va encontrando -en su fascinante camino hacia Itaca- son esenciales a la hora de su inspiración creativa y en el desarrollo de su espíritu conquistador. De esta manera, Anna O. es clave en la conformación del Psicoanálisis; esto se hace evidente en los conceptos de Transferencia y Contratransferencia que nos detallas, Fernando.

    Estoy segura de que lo ocurrido entre esta paciente y el Doctor Breuer le inspiró sus escritos sobre lo que él denomnó "El Amor de Transferencia", es decir, el enamoramiento que puede darse en terapia entre el profesional y el analizado.

    Este acontecimiento amoroso es muy delicado y debe de tomarse muy en serio porque sucede frecuentemente. Lacan incluso hizo la observación de que posiblemente el Doctor Breuer llegase a amar de Anna O. De hecho, el tratamiento tuvo que interrumpirse en el momento en el que se detecta la fuerte identificación recíproca.

    No es extraño que esto sucediera así dado que las cualidades intelectuales y espirituales de ella facilitaron una comunicación y una relación rica y profunda en la que la Contratransferencia por parte del analista era muy fácil que se desarrollara. Más aún, es esa "nube" de añoranzas edípicas en la que se encontraron en ese momento determinado de sus vidas.

    Tampoco es de extrañar que en estas profundidades espirituales surjan sentimientos más allá de lo que uno hubiese imaginado –y tal vez deseado- al principio de la terapia. Sobre todo cuando por parte del analista, como digo, se ha establecido -también- una poderosa Identificación y, por tanto, una importante Contratransferencia.

    Seguramente esto mismo inspirase a Freud a la hora de exponer la “Regla de la Abstinencia” como principio ético en todo análisis clínico. Esta posición estratégica salvaguardará al profesional para no sucumbir a la tentativa de amor que la paciente (supongamos que se trate de una mujer) expresa en la situación analítica. Aunque lo deseara, el técnico no debe en ningún momento anteponer su deseo a la cura de su analizada. Si lo hace, es decir, si accede a la demanda de amor, el análisis quedará interrumpido y la paciente no alcanzará a resolver sus conflictos internos (los cuales seguirá repitiendo en su relación con los demás, como lúcidamente nos advirtió).

    El sutil entramado emocional que se va tejiendo en terapia no es fácil de encauzar en algunos casos. El paciente ha recibido todo UN OCÉANO DE MIEL por parte del analista dado que este lo ha sostenido en la palabra, ha dulcificado su herida, ha calmado su falta de amor… Por todo esto, el fin de análisis se vuelve -en ocasiones- extremadamente complicado. NO ES FÁCIL DAR UN CARPETAZO PUESTO QUE EL ARCHIVO ES MEMORIA, Y ES AMOR.


    Gracias por esta nueva entrada, querido Fernando. Y en referencia a tu comentario de la semana pasada: las palabras que pronunciamos pueden engendrar vida en el otro, pero también destruir su corazón. En este caso, siempre nos bastará una palabra tuya para salvarnos.

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  2. Es cierto, como nos expone Fernando, que entre Anna O. y el Doctor Breuer se dio una clara relación transferencial. Se manifiesta en las diferentes etapas de ese “entramado emocional” del que habla Tánger. Y era lógico que surgiera ya que la relación terapeuta-paciente implica una donación mutua de consejo, vivencias, esperanzas, temores, argucias infantiles, etc. Donaciones mutuas entre el “consejero” y el “cliente”, como desarrolla Fritz Künkel en “El Consejo Psicológico”, que conllevan, casi necesariamente, una donación intelectual y afectiva mutua.

    La situación no es privativa de la práctica psicoanalítica. Se repite, genéricamente, siempre que se da una relación profunda y auténtica entre médico o terapeuta y paciente, consejero y cliente, ayudador y ayudado (entendidos estos términos en el más amplio sentido de la palabra).

    Supongo que Fernando desarrollará este tema ampliamente en el momento oportuno. Psicólogos de la escuela de Freud –nos lo dirán con precisión los psicoterapeutas de nuestro blog- entendieron que las transferencias proporcionaban claves únicas para descifrar los más hondos secretos de la persona analizada. De no producirse transferencia alguna, era posible que la fuerza del terapeuta no lograra rebasar el nivel de lo meramente intelectual. Y este campo queda lejano para una profunda intelección de lo “profundo humano”, en el que, sin duda, debe moverse, sobre todo, el lenguaje terapéutico. Quizás la solución no esté en evitar plenamente la transferencia, sino en canalizarla proyectivamente en la vida del paciente encauzándola adecuadamente.

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  3. Efectivamente, mi estimado José María. Como muy bien nos explicas, la Transferencia ofrece al terapeuta la posibilidad de sumergirse en los secretos más recónditos del inconsciente de la persona analizada. Por esta razón se ha de trabajar a través de la excitación afectiva que provoca. A veces, incluso se puede trabajar en Transferencia Negativa. Pero de lo que no cabe duda es de que la Transferencia ha de establecerse en todo análisis clínico. (También se manifiesta en otras relaciones profesionales, como matizas).

    En el caso de que la persona analizada llege a enarmorarse del técnico, este sí que debe evitar corresponder a las demandas de amor expresadas y a posibles arrebatos pasionales. Por todo ello, el terapeuta debe facilitar la Transferencia en todo momento pero desde la Abstinencia. Así va a descubrir el objeto preciado de amor de su paciente. Él sostendrá, en su figura, la pérdida que el analizado trata de aliviar y la falta que le emerge de su herida.

    Esto sucede porque la presencia del analista pasa, gracias a la “Transferencia Afectiva”, a formar parte del inconsciente del paciente. De hecho, la figura del analista es parte del concepto de inconsciente –según afirma Lacan.


    Y es por ello que el paciente irá tejiendo y conformando un mundo emocional ideal, colmado de todas las perfecciones amorosas que actuarán “como sustituto del narcisismo perdido en la infancia” y que el mismo paciente va a sostener en lo simbólico gracias a la elaboración de su “Ideal del Yo”.

    Este “Ideal del Yo” será proyectado en el analista. Por esta razón Freud deja claro que, en caso de enamoramiento, este sólo surge como un eco de la falta y la herida íntima del paciente. Es decir, no se debe en modo alguno a las circunstancias actuales sino a la proyección del “Ideal” surgido de la carencia amorosa y el constante anhelo.

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