jueves, 14 de mayo de 2009

REPRESIÓN Y ANGUSTIA. LA IMAGEN DEL YO



Seguimos nuestra reflexión sobre el YO, pieza fundamental del Aparato Psíquico y núcleo consciente de nuestra personalidad, aludiendo al fenómeno de la REPRESIÓN y al de la ANGUSTIA, sobre los que insisteré más adelante con mayor amplitud:
Al mecanismo que desplaza el recuerdo de la Consciencia Freud le llama Represión Los recuerdos desplazados de la Consciencia por la represión ejercen, a veces, un clamor constante, una insistencia desesperada, bloquean la realización de nuestras intenciones con actos fallidos, emergentes con frecuencia en sueños y pesadillas, tanto que pueden perturbar o descompensar el equilibrio del YO. (Pero esto voy a tratarlo enseguida, al hablar de la segunda instancia del aparato psíquico, el ELLO).

La buena y la mala angustia

A propósito de los sueños de angustia, o de la angustia que con frecuencia asedia al YO personal, quiero citar un pensamiento de Freud, de su obra de 1926, Inhibición, síntoma y angustia. Dice allí que la angustia es necesaria para la supervivencia del YO. Que sin la angustia el YO se sentiría indefenso frente a las amenazas externas o internas. La angustia, que fisiológicamente es una operación hormonal (supone la producción de adrenalina por las glándulas suprarrenales, y la absorción de esta adrenalina por la función beta, para fortalecer el corazón, acrecentar el nivel de vigilancia y preparar la acción ante la percepción sensorial de un peligro) es imprescindible para la supervivencia del organismo humano.
Sin ella, afirma Freud, “los seres humanos serían menos que humanos”. La angustia anticipa vivencialmente un peligro, un riesgo, frente al que el YO no tiene todos los recursos de control. Le sirve para prever la medida del riesgo y decidir qué debe enfrentar, qué hay que evitar, hasta qué punto debe temer.
Freud asegura que la educación, y también la psicoterapia, nos tiene que enseñar a saber dosificar el miedo y actualizar nuestros recursos ante el riesgo (incluida la decisión de tomar algún fármaco “betabloqueante”).
Este riesgo para el hombre primitivo pudo ser el asalto rugiente de un león o la presencia sibilina de una serpiente, mientras iba de caza por la selva. Para el ser humano de hoy puede ser una entrevista de trabajo, un debate político, pasar un examen médico o viajar en avión.

Funcionalmente, la angustia, y la ansiedad, son una reacción endógena del organismo, como respuesta, en carga energética, a los estímulos externos. La mente humana opera como una fábrica de transformación de esas energías al servicio del YO. Esas transformaciones son positivas, cuando se aplican en realizaciones útiles y adaptativas: creatividad, trabajo, autosuperación, amor

Cuando esas energías no encuentran vías de escape positivas y adaptativas, se originan síntomas desestabilizadores del equilibrio del YO, como pueden ser: descontrol de impulsos, somatizaciones histéricas, anorexia, reacciones fugitivas…, incluso el trastorno de ansiedad paralizante o el panic attac, cuando el YO no encuentra, o no organiza, vías de escape al caudal de energía intrapíquica acumulada.

Para Otto Rank, uno de los primeros seguidores de Sigmund Freud, toda reacción orgánica de angustia o ansiedad se produce por la pérdida de las seguridades existenciales. Esta reacción se manifiesta primariamente en lo que él llama el Trauma del Nacimiento, simbolizado por ese primer grito de angustia que todo ser humano emite al ser separado de la seguridad existencial que le supone el vientre materno. El enfrentamiento posterior, real o imaginario, de pérdida de seguridades vitales excitará la “alarma” intrapsíquica y encenderá en la mente del YO el piloto rojo de la angustia.


La imagen de mi YO

Terminaré estas primeras elucubraciones sobre el YO, la instancia más aparente del Aparato psíquico, citando la teoría de que la imagen del propio Yo, la consciencia de uno mismo, se va construyendo evolutivamente, a través de los años, a partir de experiencias personales e interpersonales.

-Esa consciencia integra, primero, las informaciones de sí mismo almacenada en el genoma original. Es lo que se puede llamar el Self.

-Con esta imagen se amasa la del Ideal del Yo. Eso que deseamos ser y que opera en nuestro comportamiento dirigiéndolo o corrigiéndolo. Es la imagen con la que nos comparamos, a partir de
*modelos referenciales,
*de valores social y culturalmente aceptados,
*de gustos personales y
*de exigencias y expectativas familiares.

-Además del Self y del Yo Ideal, existe el Yo del grupo, que funda nuestra Pertenencia: el factor de propia identidad que nos proporciona pertenecer a una raza, a una familia, a una religión, a una profesión...

-Hay que añadir el Yo del Rol, el papel que nos corresponde representar , con pautas de conductas muy determinadas, en nuestra función de padre o de hijo, o de esposo o esposa, de hombre o mujer, de director o subordinado, de médico o de taxista, etc.

-Y por último está la imagen de Yo que resulta de lo que se llama llama el Yo del espejo. Es la imagen que se refleja, como en un espejo, en lo que los demás ven en nosotros, en sus actitudes, sus reacciones, sus expectativas, sus comportamientos, de aceptación o rechazo. Sin olvidar que es la madre el primer espejo de conformación de la imagen del Yo.

Todas son experiencias auto-referenciales, con las que se va edificando y configurando evolutivamente la consciencia del propio YO, pieza fundamental del funcionamiento del Aparato psíquico descrito por Freud.

3 comentarios:

  1. A propósito de la construcción social del yo, y de la autoestima, como constituyente de éste, hablaba ayer con una amiga.
    Mientras llevaba entre los brazos a su hija de poco más de un mes reflexionaba sobre los mensajes que se le dirigían, los adjetivos que se le adjudicaban, en suma, la relación comunicativa que se establecía con ella; preguntándose hasta qué punto estas interacciones iban construyendo una imagen de sí misma en su hija y una actitud mental determinada hacia ella, en quien emitía los mensajes.

    Un saludo
    Violeta

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  2. Anoche, mientras caía la lluvia del cálido cielo vestido de coloridos ropajes y aromas primaverales, recordaba aquellos versos de Verlaine: “Il pleure dans mon coeur / comme il pleut sur la ville. / Quelle est cette langueur / qui pénètre mon coeur?”.
    Mientras tanto pensaba, querido Fernando, en la importancia de la Literatura, y del Arte en general, para transfigurar esas fuerzas reprimidas en pensamiento divergente y concederles una vía de escape, es decir: sublimar el dolor, el llanto de la herida íntima que tantas veces queda sumergida en los repliegues infinitos del inconsciente como mecanismo de defensa ante ese mismo dolor.

    Esto da lugar a los diferentes estados afectivos proyectados en el enigmático mundo creado por el artista. En Verlaine observamos cómo hace brotar de su corazón ese llanto para nombrarlo poéticamente. Él mismo se pregunta en esta poesía de dónde le viene la languidez que siente en su interior. En este caso estamos ante el Spleen tan característico de los autores románticos, que más tarde se condicionó a Baudelaire por su poema titulado del mismo modo. Desde este estado afectivo, el espíritu maldito de la bohemia francesa vuelve poética la voz de las sombras: la voz de los vertiginosos y turbulentos recodos oscuros del alma humana; rica, inestimable, apasionante e inmensamente creativa, impregnada de belleza.

    La ansiedad y la angustia pueden estar presentes en cada situación de desvalimiento en la que sentimos ausencia, falta… por la pérdida de necesidades básicas para nuestro equilibrio psicológico y nuestro bienestar físico, por ejemplo: la falta de trabajo (que nos deja sin alimento, sin tantas otras cosas básicas para la supervivencia y danzando en el fatal estado emocional de la angustia perpetuada); o bien la ruptura de una relación de pareja. Vienen a mi memoria muchísimas canciones que reflejan este último sufrimiento, pero queda muy claro en aquella en la, cándidamente, su autor lloraba así:


    “Ansiedad de tenerte en mis brazos,
    musitando palabras de amor.
    Ansiedad de tener tus encantos,
    y en la boca volverte a besar.
    (BIS...)
    Tal vez estén llorando mis pensamientos,
    mis lágrimas son perlas que caen al mar,
    y el eco adormecido de este lamento,
    hace que esté presente en mi soñar.

    Quizás esté llorando al recordarte,
    estreche mi retrato con frenesí,
    y hasta tu oido llegue la melodía salvaje
    y el eco de la pena de estar sin tí.

    Ansiedad de tenerte en mis brazos
    musitando palabras de amor.
    Ansiedad de tener tus encantos
    y en la boca volverte a besar”.

    Nota: continúa en el segundo comentario.

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  3. La angustia está muy presente en la espiral sentimental que despliegan los versos del tango. A veces aparece combinada con la nostalgia como ocurre en la joya que nos legó Enrique Cadícamo en ese abolerado dos por cuatro titulado “Nostalgias”:

    “… Nostalgias
    de escuchar su risa loca
    y sentir junto a mi boca
    como un fuego su respiración.

    Angustia de sentirme abandonado
    y pensar que otro a su lado
    pronto… pronto le hablará de amor…”.

    ¡Ay! pena, penita, pena, pena de mi bandoneón… cada vez que nos sentimos abandonados y arrojados fuera del paraíso narcisista de la infancia; del consuelo que nos da la suave caricia del amor inmenso y sus profundos océanos de miel, ante el vertiginoso abismo de la soledad.

    De hecho, el tango nace en la orilla solitaria del arrabal; nace de la necesidad básica del afecto y del contacto físico con los demás. El tango es ese “caminar abrazados en la soledad” que surge en el Río de la Plata como consecuencia de la inmigración de origen español, italiano, francés, árabe o judía conminada a los estragos que provoca en el corazón cualquier situación de extrema pobreza y de desarraigo emocional. Allí donde topamos frontalmente con el rostro del sufrimiento y la apesadumbrada amargura de la desesperanza; allí donde habita la ausencia de cualquier deleite de vida… donde tan difícil se vuelve danzar en la alegría.

    En este caso, como digo, el abrazo en el tango floreció como el mismísimo bálsamo de Fierabrás… y continúa en la actualidad dulcificando heridas, arrancando tristezas a la noche, devolviéndonos el latido del alma, y de la vida.

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