miércoles, 18 de marzo de 2009

EL INCONSCIENTE

En esta mañana, que amanece clara y templada, anunciando ya la luz de la próxima primavera, recojo lo último que os dije en la lección anterior: que el Inconsciente es el depósito de todo lo que ha quedado desplazado del campo de la consciencia y de la preconsciencia.

También podría decir que es el archivo de todas las experiencias olvidadas o reprimidas, incluso de las experiencias del proceso de evolución de la humanidad y transmitidas genéticamente en las células germinales. Este sería el Inconsciente Colectivo, la gran aportación de Jung a la epistemología psicoanalítica. Él lo define como “el sedimento de todas las experiencias de la humanidad desde sus orígenes más oscuros” y es donde se albergan esas ideas prototípicas universales que Jung denomina Arquetipos: la idea de Dios, o la de Padre o de Madre, de Héroe, la de la Culpa, etc. Aunque muera el padre real de un individuo, su padre inconsciente, mezcla del arquetipo y de la experiencia singular, sigue influyendo de algún modo en su interior psicoemocional.

No hay una sola experiencia que haya salido del fondo de uno mismo. Todas están archivadas; y aquellas que creía olvidadas se conservan en el Inconsciente personal, y desde allí siguen influyendo subterráneamente en mis sentimientos, mis pensamientos y mi conducta.

Esto explica fenómenos como el conocido “dejá vu” que nos hace tener la sensación de que ya habíamos estado en un lugar al que hemos ido por primera vez, o que ya habíamos visto a una persona que por primera vez se nos presenta. Y es que se dan, con ocasión del lugar o de la persona, una concurrencia de sensaciones, que conectan con otras similares conservadas en el Inconsciente.


EL MOTOR DE LA REPRESIÓN

Aquí juega un papel importante ese mecanismo psicológico llamado Represión, que deja enterrados en el Inconsciente recuerdos, experiencias, afectos, impulsos...Los cuales se conservan precisamente por haber estado enterrados. Freud lo compara con los objetos hallados por los arqueólogos, después de haber estado durante muchos siglos enterrados en las tumbas. Se hubieran perdido de no haber permanecido enterrados, “inconscientes”.
Al mecanismo de actuación del material enterrado en el Inconsciente, Freud lo compara con el conferenciante que, durante su conferencia bien preparada, se ve interrumpido por las voces, los comentarios, las carcajadas y las imprecaciones de un grupo de los asistentes. Los guardas jurados de la sala (que Freud denomina la “censura”) los echan afuera y cierran la puerta (este es el símil de cómo actúa la represión). Pero ellos, desde el lugar al que han sido desplazado, desde fuera de la sala y de la vista de los otros asistentes, siguen dando gritos y golpes en la puerta que alteran la armonía y el orden de la sala e impiden al conferenciante centrarse en su conferencia.
La solución que Freud propone es que salga el conferenciante de la sala, busque a los alborotadores, los conozca, les hable, les proponga que de algún modo contribuyan, que se integren con los demás en beneficio de todos. Y este es, metafóricamente expresado, un primer enfoque del Psicoanálisis como Terapia. Entrar en la esfera custodiada del Inconsciente, desenterrar las energías ocultas, las necesidades reprimidas, los recuerdos (olvidos) perturbadores, y organizarlos a nivel consciente del modo que sea adaptativo con la realidad, equilibrado para el psiquismo emocional y conveniente para la persona.


Freud nos avisa que el Inconsciente es “la palestra donde se dan las verdaderas luchas y los conflictos psíquicos”. Precisamente porque se trata de fuerzas descontroladas (fuera del control consciente), enemigos a la espalda o animales encerrados, hambrientos... Y cuando se accede al Inconsciente a través de la terapia psicoanalítica “se pueden desmoronar los conflictos y los complejos solidificados, como los edificios de Pompeya cuando, tras descubrir la capa de lava que los había mantenido sin cambio durante dos mil años, se vieron expuestos de nuevo al viento, al sol y a la lluvia”.

La metáfora arqueológica era especialmente querida por Freud: “En Psicoanálisis, como en la arqueología, hay que excavar hondo hasta llegar a algo significativo”. Y hablándole de sus descubrimientos a su amigo Fliess, exclama con entusiasmo: “Es como si Schellemann hubiera desenterrado de nuevo la legendaria Troya”.


1 comentario:

  1. Justo al entrar en la esfera custodiada del inconsciente logramos resignificar y desmitificar heridas acaecidas en nuestra vida, heridas que fueron reprimidas como mecanismo de defensa ante el dolor. En este proceso terapéutico se persigue la adaptación a la realidad y el equilibrio psíquico, como nos especificas querido Fernando.

    Por esta razón conviene no intentar paliar el sufrimiento emocional con farmacología. Es importante hacerse responsable no sólo de las heridas sino, también, de esos errores que comentemos en ocasiones para no volverlos a repetir en la compulsión generada desde la pulsión. Con los antidepresivos, ansiolíticos y demás, alargamos el cuadro clínico dado que, más tarde o más temprano, habrá que afrontar el dolor. Es crucial afrontar el duelo que surge de cada herida; el duelo ha de aflorar en toda su vertiginosa espiral emocional para ir superándolo en cada una de sus etapas. Se vuelve esencial su elaboración; no es adecuado huir de él ni posponerlo con fármacos. Como tampoco es adecuado reprimir el hecho traumático en respuesta defensiva a la angustia vivenciada. El llanto del latir inconsolable ha de surgir.

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